
Terrence Malick es uno de esos pocos directores por el que siento devoción. Se me descubrió un buen día en clase cuando vimos Bad Lands, y descubrí una narración medida, una historia de personas que se buscan y una fotografía que se queda a fuego en las retinas. En su larga carrera como cineasta sus cifras son de record pero en sentido inverso: en 40 años de cine, tan sólo cinco películas.

La última, que se ha estranado a principios de este mes, El Árbol de la Vida. Se trata de un filme filosófico y poético, donde el relato cede lugar a la reflexión, porque lo que aquí importa son las grandes cuestiones de la vida (y la muerte): qué hacemos aquí, quiénes somos, qué significamos, qué significa nuestra vida. Para enfrentarnos a tales preguntas, Malick recurre a la «historia» de una familia de los Estados Unidos en los años 50. En esta película donde las imágenes son evocación para transmitir ideas, el vestuario y el diseño de la decoración no son elementos superfluos, sino que sirven para dar solidez a cada escena.




La responsable de la ropa que lucen los protagonistas es Jacqueline West, dos veces nominada al Oscar y también responsable del vestuario de El Curioso Caso de Benjamin Button.


West empezó como diseñadora con base de operaciones en la bahía de San Francisco y tuvo sus propias tiendas de ropa, pero en 1990 se lanza a la creación de vestuario para películas, la primera de Philip Kaufman, Henry & June.
