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Hermès vuelve a las pasarelas con las pilas cargadas. La última colección presentada en París así lo demuestra: ideas claras, bien materializadas, sobre unas combinaciones jugosas -sin ser arriesgadas-.

El 2 de octubre Christophe Lemaire presentaba su segunda colección para la maison, después de la etapa Jean Paul Gaultier. Partiendo de que la casa Hermès ha construido toda su identidad en torno a los viajes, esta colección se presenta como un viaje desde dos perspectivas. Un viaje, en cuanto a las siluetas cuya inspiración se encuentra en distintos puntos geográficos: Marruecos, con las chilabas; el Mediterráneo, con los pantalones cortos bombachos; la América de los nativos, con los estampados… Y otro viaje, sensorial, en cuanto a los tejidos: del lino al ante, pasando por el cuero y raso.

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Viendo el conjunto, las creaciones parecen haber partido de las líneas puras del minimalismo más propio de los 90, pero construido paradójicamente con las proporciones de los 80. Los hombros indudablemente tienen reminiscencias ochenteras, aunque mantenidos dentro de unos límites estéticos. En la composición quedan perfectos, no son ninguna extravagancia.

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El colorido elegido por Lemaire puede ser lo más llamativo de esta colección. Desde el blanco más glacial y el naranja fuego al azul cobalto o el púrpura. Tonos que en soledad -como el blanco- o combinados producen un efecto emocional que se siente en cada look.

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Christophe Lemaire ha demuestro con esta segunda colección para Hermès que sabe por donde pisa y la maison ha de sentirse contenta.

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