
Los desfiles de alta costura de los que os hablaba ayer se cerraron con el de Valentino. El dúo compuesto por Pier Paolo y Maria Grazia Chiuri presentó una colección nívea (en gran parte), delicada, que emana pureza e inocencia. Unos adjetivos más propios para definir a una niña que a una mujer. La fuerza de la colección reside en ello.


La pasarela se tiñó de blanco -el color por excelencia de la pureza, al menos, en occidente-, beige y -cómo no- el rojo Valentino, el sello indiscutible de la casa que no puede faltar. Los largos hasta el suelo se impusieron a los largos por la rodilla. El carácter Valentino se expresó en los pequeños volantes fluían con ligereza, los apliques de flores -otro emblema de la maison- y los lazos obviamente recuperados de los archivos de la casa italiana. Unos apliques más exquisitos de pequeñas piedras enriquecieron unos vestidos de líneas sencillas y construcción pulida.

Para abrirnos los ojos de par en par, los vestidos coronados por blondas de organza creando vertiginosos escortes o románticos cuellos y remates de faldas. Unas piezas de aires sesenteros, tan Valentino que parecían salidos de la mente y manos del maestro.
Los tejidos delicadísimos, las platas, las transparencias, los encajes y los finos apliques convirtieron a las modelos en ninfas inocentes.
